AGRICULTURA

SUELO COLOMBIANO, UN RECURSO QUE YA SE COMIENZA A AGOTAR

Estudios revelaron que las practicas inadecuadas y el mal uso de la tierra la están degradando.

 

Entre los rastros de lo que alguna vez fue el cultivo de arvejas y papa que sostenía a una familia numerosa en Granada (Cundinamarca), Daniel Enrique Parada cuenta que dejó el campo pues “ya no daba”, aun cuando su mamá sigue dedicando su vida a lo poco que puede obtener de una tierra que ha perdido su capacidad de producir.

“Si una bolsa de semillas antes daba 10 bultos de papa, ahora solo da seis”, dice Daniel, de 43 años, quien cree que, en esta época, vivir de la agricultura es como esperar a ganarse la lotería.

“Para ganar con la agricultura hay que sembrar, obtener una buena cosecha y conseguir un buen precio. Y la producción del suelo ya no es rentable”, dice Daniel. Su situación se parece a la de miles de familias campesinas del país, que sufren las consecuencias de un suelo que, por mal cuidado, ha perdido buena parte de sus propiedades agrícolas.

El fenómeno no pasa solo en Colombia. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), el estado de los suelos del planeta es “decadente”. Este recurso, según sus análisis, está sometido a toda clase de amenazas, entre las cuales se cuentan las derivadas del cambio climático y la mala calidad ambiental.Y aunque América Latina y el Caribe tienen la reserva de tierra cultivable más grande del planeta, el 14 por ciento de la degradación mundial está ocurriendo en la región.

En el 2013, se deforestaron 120.933 ha de bosque natural por actividades ligadas al sector pecuario. Foto: Javier Silva

La situación preocupa a la FAO, que considera que el cuidado y la preservación de los suelos en el mundo es fundamental para erradicar el hambre y alcanzar un desarrollo sostenible en los terrenos agrícolas.

Pensando en esto, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 2015 Año Internacional de los Suelos, con el objetivo de promover una mejora de las prácticas agrícolas y preservar los recursos naturales, sin que se afecte la producción de alimentos.

Dicho propósito también ha sido trazado por organismos y autoridades colombianos, pues estudios llevados a cabo sobre el estado de los suelos en todo el país por el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (Igac), en alianza con los ministerios de Ambiente y Vivienda, Corpoica, el Instituto Von Humboldt y Parques Nacionales, muestran que estos no están siendo usados de manera correcta.

A la luz de estos diagnósticos, Germán Darío Álvarez, subdirector de Agrología del Igac, explica que de los 114 millones de hectáreas de suelo nacional, “cerca de 22 millones tienen vocación productiva agrícola, pero solo cinco millones son utilizadas para este fin, con el agravante de que la mayor parte de estos últimos no tiene las condiciones necesarias para dicha producción”.

“Para la actividad ganadera el país dispone, además, de 15 millones de hectáreas, pero se utilizan cerca de 35 millones”, añade Álvarez, preocupado por esta situación, que pone en evidencia los serios problemas del país en materia de uso de suelo.

A eso hay que sumar la erosión que crece en el país. Ómar Franco, director del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), afirma que el 40 por ciento del territorio tiene algún grado de erosión, causada por prácticas inadecuadas que desembocan en la pérdida de nutrientes. “Este fenómeno –señala– está presente en la cordillera que comprende desde Santander hasta Nariño, la cual es más propensa a la erosión y está siendo afectada por exceso de actividad agrícola, quema de vegetación y deterioro de la diversidad”. Además, agrega que la Costa Caribe es la región más afectada.

El suelo desnudo

El primer informe de deforestación entregado por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible y el Ideam identifica la agricultura, la tala de árboles, la minería y la ganadería como los principales factores de arrasamiento de bosques en el país; vale decir, por ejemplo, que solo en el 2013 se deforestaron 120.933 hectáreas de bosque natural a causa de actividades ligadas al sector pecuario.

Según Ómar Franco, director del Ideam, el 40 % del territorio tiene algún grado de erosión, causada por prácticas inadecuadas. Foto: AFP

La minería también influye de manera importante en el deterioro del suelo, porque elimina la capa fértil y extrae los recursos del subsuelo. La forma de lograr que esta actividad económica sea sostenible es reparar la zona afectada una vez el proceso de aprovechamiento minero finalice, con miras a recuperar su capacidad productiva.

Eso, valga decirlo, no es suficiente: “Las empresas –explica Álvarez– adquieren la obligación cuando obtienen sus licencias ambientales de compensar y mitigar los daños que causen. El Ministerio de Ambiente y la Agencia Nacional de Licencias Ambientale hacen seguimiento a ese cumplimiento; sin embargo, el suelo tarda miles de años en formarse y difícilmente se recupera de manera inmediata”.

Se sabe, además, que la tala deja expuestos los suelos a las lluvias, que arrastran gran cantidad de material terrestre hacia los cursos de agua, causando de paso la sedimentación de los ríos. Según el Ideam, existen 360 millones de toneladas de este material en los afluentes, lo cual disminuye su capacidad para albergar agua y los deja más propensos a desbordamientos e inundaciones en zonas vulnerables del país.

Los páramos también están en riesgo.

Pese a que estos delicados ecosistemas albergan una gran biodiversidad, proveen agua para consumo doméstico y contribuyen con la generación de energía y la sostenibilidad agrícola para más del 70 por ciento de la población colombiana, en muchos de ellos –como pudo evidenciarlo el Igac durante su recorrido por páramos nacionales– avanza la siembra de productos como cebolla y papa, y la realización de actividades ganaderas.

“Hay que recordar que la función principal del páramo es la conservación del agua. El hecho de que existan actividades productivas en estas zonas pone en riesgo no solamente la calidad del suelo sino la estabilidad del recurso hídrico”, expresó Álvarez.

Aunque los campesinos que explotan estas zonas son, en buena parte, conscientes del daño que estas actividades en zonas de reserva de estos ecosistemas, aseguran que deben hacerlo porque estos suelos aún conservan sus nutrientes y demandan menos insumos.

Si bien ya no está vinculado a los cultivos, Daniel Enrique Parada justifica la búsqueda de estos terrenos, “los suelos que trabaja mi mamá producen 40 por ciento menos que al principio; como retienen poca humedad, ella se ve obligada a regar más y a utilizar más abonos y fertilizantes para compensar”, dice.

La situación de los páramos preocupa al Ideam porque la sostenibilidad de la Región Andina depende del porcentaje de agua que viene de ellos, tal vez la única fuente de agua que tiene la región.

En eso coincide Carolina Olivera, experta en manejo y conservación de suelos de la FAO. “En los páramos –dice– los cultivos hacen que la tierra pierda su capacidad de almacenar agua. Hay que entender que los suelos necesitan ser alimentados, necesitan de un buen conocimiento en sus condiciones de vida y que los protejamos de la intemperie, evitando quemas, deforestación y todas las prácticas que dejan al suelo descubierto”.

Dado que el suelo y su capacidad productiva no son recursos infinitos, es necesario que las prácticas y actividades orientadas a su aprovechamiento cambien. Esa es una de las tareas lideradas por el Ministerio de Ambiente, que viene desarrollando mesas de trabajo para estudiar la situación del suelo colombiano y proponer programas de capacitación para el manejo adecuado y sostenible de este recurso.

En escenarios de este tipo se analiza la cultura cafetera colombiana, como ejemplo de agricultura sostenible. A pesar de que los cultivos de este grano se siembran en zonas de pendiente propensas a la erosión, los cafeteros son expertos en el manejo de estos suelos frágiles.

También se estudian casos contrarios, como el de la Sabana de Bogotá; sus suelos de buena calidad están siendo convertidos en zonas industriales y de vivienda, lo cual es efecto de la presión urbana de la capital y sus zonas aledañas.

Al tiempo que elabora diagnósticos de esta clase, que resultan críticos, el Igac está haciendo una actualización de planos y esquemas de ordenamiento territorial en los municipios, con el propósito de definir cuáles suelos tienen vocación agrícola y pueden ser productivos y cuáles, por su fragilidad y delicado equilibrio (como los páramos), deben protegerse y preservarse.

Ante este panorama, Ómar Franco hace un llamado: “Debemos llevar a cabo acciones que promuevan el mejoramiento de los suelos, porque estos soportarán la próxima generación y, con el diagnóstico actual, estamos entregando suelos infértiles, salinizados y con alto grado de erosión. La sostenibilidad de la sociedad se verá comprometida a corto plazo”.

AUTOR: VANESSA CARDONA

FUENTE: eltiempo.com

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